23 jun 2010

El día de la cucaracha

Bajar las escaleras de caracol medio dormida siempre ha sido un juego con la muerte. Sobre todo cuando piso las partes delgadas y mi rechoncho pie resbala al que sigue y al que sigue. Prender la luz del comedor indica que una vez más he sobrevivido. Miro la esquina donde deberían estar los cadáveres de un par de cucarachas que murieron anoche. Una por manos de mi poderoso limpiador de pisos, el cual me hace sentir blancanieves cada semana, aunque según mi mamá debería asear más seguido. La otra a manos, o más bien a pies de mi único visitante en semanas.
 Las dos se retorcían vagamente. -No quiero condescendencias en mi casa -Supuse que morirían durante la noche, pero en la mañana, una no estaba ahí. De inmediato me dieron unas ñañaras de esas que sólo ocurren cuando sabes que no  traes zapatos y hay un animalejo de esos rondando por la casa. La sorpresa de ver que no estaba no se compara con el ansia de saber si la encontraría. Hasta ahora la sigo buscando, o no, realmente espero no encontrarla, pero no encontrarla no me permite asumir que murió o que se fue. No encontrarla sólo me hace estar paranóica. La maldita encontró la manera de hospedarse en mi departamento y hacerme sufrir al mismo tiempo. Claro que no se compara con la roseada de raid que le espera si me la llego a topar.
Para colmo de ironías llego hambrienta, realmente hambrienta casi a las tres de la tarde. Con unas ganas tremendas de comer y encerrarme en mi cuarto. Resulta que la maldita cucaracha decidió meterse a mi bolsa en la noche y sacar mis llaves, porque cuando metí la mano en la bolsa, las llaves no estaban. Tuve que caminar casi seis cuadras para llegar a las oficinas de donde rento el departamento. Esperar media hora porque la floja señora se había retrasado y no había llegado de comer. Sólo para que en dos segundos me dijera -yo no tengo llaves de ningún lugar -y me mandara de regreso a buscar a un señor.
Por obvias y murphianas razones, el señor no estaba. Me senté frente a mi puerta lamentando la ironía de que en algún lugar adentro estaba la cucaracha burlándose de mí, y yo afuera. No estaba sola. Un gato blanco, vecino mío fue a maullarme y a llenarme de pelos blancos. Miraba la maceta, y luego la ventana como si pensara en meterse por ahí. Hace diez minutos pude entrar. A penas estoy comiendo. Sigo en busca de la cucaracha.

(imagen de diariopinion.com.ar)

1 comentario:

Val Frabar dijo...

hahaha bna escuza q la cucaracha robara tus llaves jajajajaja creo q por eso reiria mas q por dejarte afuera jejejejeje :)