13 abr 2010

Relativos

Pequeños escritos derivados de grandes fotografías e imágenes

Era muy de madrugada cuando llegamos. La niebla ocultaba nuestros pasos y el camino frente a nosotros. Seguimos por un vado hasta encontrar la piedra en forma de triángulo apuntando hacia la puerta. Sentí por un momento que existía un destino y que estaba a punto de llegar a él. Tal vez fuera el terror de perderme en el camino lo que me hacía creer que llegaría inminentemente. No discutí este asunto ni con Amanda ni con Octavio. 

Al llegar a la puerta noté que estaba en ruinas. A su alrededor había fragmentos del templo que un día había sido glorioso. Las piedras formaban ángulos con sombras espelusnantes. Las hierbas crecían alrededor de ellas. Lo más sorprendente no fue ver la entrada ancestral a un lugar perdido para los hombres, lo más magestuoso era el árbol enorme y precioso que se ergía sobre la entrada. Esta, completamente intacta, protegida por las raíces de la naturaleza misma. 
Las gruesas raíces eran tan gruesas como troncos insertados en la tierra. Las hojas eran como brazos arruyando una civilización tan muerta como la piedra. Pensé que podría quedarme afuera admirando este milagro, sin embargo debía seguir. Amanda, a mi lado sonrió como si hubiera encontrado la respuesta al universo. Sus pasos firmes me indicaron que no tenía miedo y cuando tomó mi mano supe que era momento de entrar.

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