19 sept 2010

Relato: La Feria

El silencio explosivo es lo que causa el ansia. La espera debe terminar.
Las calles laten como relojes a punto de estallar. El viento quiere adelantarse y empieza moviendo los tendederos de papel picado y colorido.
Verde como el sarape del gavilán que zapatea al rededor de una dama. Ella, imponente. Mueve sus olas rosas con espumas azules, naranjas y morados. Ella, gloriosa. Levanta la cabeza orgullosamente mientras marca con un golpe el final de la canción.
Blanco como el fondo de una fotografía adornada por telas luminosas. La gente pasa en parejas, en grupos, en familias. Las telas acarician el cuerpo de su país como el de su gente. Retiembre el flash deteniendo el momento para siempre.
Rojo como el puesto de salsas elaboradas de una señora que se arregló con más sonrisa que rubor. Despide un aroma a cebolla y epazote, a mestizos locales, a recetas secretas de tradición ancestral. Chorrea el olor de los ingredientes antes de que les den la primera mordida.
El barullo de los fuegos artificiales a penas deja escuchar el tronar de los gritos del mariachi. Las guitarras se divierten mientras la banda toca. La trompeta casi se pierde en el grito agudo de una señora que se acaba de ganar una jarra en la lotería.
Un trago helado de agua de jamaica congela el beso que un valiente acomoda en una muchacha. Ella se sube el rebozo y se acomoda las trenzas, muy colorada.
Una bombocha corre imparable hacia quince aguitas y las rebota. Chocan como chispas en el cielo. Los niños las ven salir disparadas. En mitad de un histérico ataque de risa triunfal, los niños se levantan. De inmediato atrapan las canicas, antes de que se metan debajo del puesto de algodones.
Lejos de ahí, un borracho se hace el importante e intenta bajar del palo encebado la botella de mezcal. Embarrado de cebo y grasa para carros, se burla de la gente. Vuelve a resbalar. Observa con tristeza cómo el premio se va alejando y lo único que lo acompaña es su hedor a alcohol.
En la madrugada, los tendederos de papel están tranquilos. El viento los arrulla y los grillos los acompañan despiertos hasta que llegue de nuevo el sol.

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