19 sept 2010

Fiestas

Este 15 de septiembre, los Mexicanos demostraron lo que es ser un mexicano. Quizá en pequeña escala, pero es representativo.
Llegar al pueblo de donde son tus padres y tus abuelos siempre es digno de orgullo. Saber de donde vienes te ayuda a decidir a dónde vas. La lluvia todavía caía, como cada año en esas fechas. El pueblo estaba apagado. Era como si hubiéramos regresado en el tiempo 200 años. La cena a la luz de las velas no mermó los deseos de diversión. Ni la falta de música silenció las risas de los primos más pequeños. Algunos de ellos, aburridos, otros, con ánimos de ir a la aventura. "Vamos a la verdadera diversión, vámonos al panteón" proclamaba la más grande de ellos, aunque pequeña todavía. Otro comía tostadas con limón, y hacía caras para después continuar con su alimentación.
La comida no hizo falta, pozole, elotes, habas, y hasta carne asada al estilo regio (aunque mi mamá no creía). Y por si no fuera poco, pepeto, pambazos, tostadas, y tacos.
Por si fuera poco ese lugar es como un lugar independiente con un Porfirio por gobernador, que cuando el momento llega, se sube en su silla de festejado y da su propio grito de independencia.

Del otro lado las más chiquitas estaban en guerra de espuma con los tíos más grandes. Con pastelitos blancos en la cabeza, muchos ojos irritados, corriendo, gritando y sonriendo (sobre todo). Hasta a la cámara le toca un poco, no tanto como al camarógrafo, y no tanto como el pequeño charrito, las tres conchitas y sus tios.
Se alegran la adelita el charro y el sol bajo el cielo nublado pero respetando que sus gotas de agua no apaguen las sonrisas de tantas personas que bajo su manto festejan.
Y una vez afuera de la casa se enfrentan con la realidad. Debajo de la presidencia escuchan al carnicero gritar las palabras de cada año, pero este diferente. Este con más fuegos pirotécnicos, este con más ganas, con menos lluvia. Este año con más fuerza se blande la bandera. Y entre tanto festejo, un fallo de cálculos hace que una campana de adorno se prenda. Hay quienes dicen que la apagaron con la bandera. Otros sólo se burlan y levantan sus vasos aunque el humo resultante de la celebración los haga toser y cerrar los ojos.
Más tarde empiezan las bandas y la gente baila en el centro del pueblo. Algunos sacan pistolas y mosquetes, y los disparan al cielo. No con balas, pues son mucho más caras, en cambio envuelven en papel trocitos de pólvora y es lo que causa ese ruido. Hay muchos policías vigilando la calle, revisando que se mantenga el orden, y disfrutando la música también. Más cuando el tiempo pasa y las botellas se acaban algunos empiezan a perder la cabeza.
Cuando se avecina una pelea la gente corre hacia ella. Y de pronto en mitad de una fotografía familiar, de la parte de atrás aparecen casi cincuenta policías corriendo hacia el otro lado del jardín. Esto indica que es hora de partir, y volver a casa para mañana seguir. El saldo fueron varios detenidos y otros más heridos, un celular robado por un malandrín que se burla de la niña y le cuelga.
Por la mañana del 16 la fiesta grande sigue. Las enchiladas y la carne están listas. El pastel también. Con un buen juego de cartas los primitos se entretienen un rato. Las señoras hablan de impertinencias referentes a una boda que ha sido esperada por mucho tiempo. Y los señores sentados en el patio esperan, por alguna razón, que los demás se vayan.
Saldo: Alrededor de 100 enchiladas entre tios y primos. Y claro, cuatro, CUATRO, pedacitos de carne.
Hacía mucho tiempo que la familia no se reunía completa, y aunque mucha gente diga que no hay nada que festejar, la historia que nos contaron de el abuelo Luis, del abuelo Aurelio, del abuelo Mardonio, de la infancia con baños de cubetas de agua, de centenares de oro, de balas gigantes, y la fiesta tan grande y buena, me dicen que sí hay mucho que celebrar.

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